El último día de marzo un grupo de 19 miembros del club Azagaya partimos a las 8,15 horas en autobús hacia el valle del Alberche. Sobre las 10 llegábamos a Navandrinal, localidad abulense de la vertiente sur de La Paramera situada a 1.300 m.s.n.m. Allí nos esperaban otros dos asociados que se habían desplazado en vehículo particular pues, una vez concluida la jornada, seguirían viaje a Madrid.
A las 10,15 h. iniciamos la ruta 22 montañeros con el objetivo de alcanzar la cumbre del pico Zapatero que en esos momentos se hallaba cubierto por la fina niebla de una fresca mañana primaveral. Una situación que, sin embargo, no nos impedía contemplar la mole granítica que se alzaba frente a nosotros. Nos precedía un grupo de 12 montañeros bejaranos que habían programado el mismo recorrido, al igual que otros tantos madrileños que harían el camino en tiempo similar siguiendo nuestra huella.
Por una empinada pista, que sigue el menos desfavorable trazado del terreno, progresamos por zonas pedregosas que dieron paso a otras de praderas y piornales alternándose en el ascenso hacia la base de la Joya (2137 m.) mientras a nuestras espaldas, tras la depresión del Alberche y sus afluentes, se podía vislumbrar la cadena montañosa del macizo oriental de la Sierra de Gredos, desde su inicio junto a El Tiemblo hasta las proximidades del Puerto de El Pico, destacando sobre ella la cumbre de El Cabezo con sus 2.138 m. con trazos blanquecinos de la escasa nieve que aún conserva.
Después de unas dos horas de caminata llegamos a lo alto de la cuerda principal justo en la depresión del Portacho del Zapatero, próximo a los 2.000 m. de altitud. Desde ese punto pudimos contemplar parte de la zona norte del territorio con la Sierra de los Baldíos que tiene su comienzo al pie de Mengamuñoz y se continua con la de Yemas cerca ya de la capital provincial, que vive en estos días la incertidumbre de su futuro amenazado por la explotación minera de feldespatos para abastecer las industrias cerámicas del Levante español y que aquí no dejarán sino desolación y miseria de ponerse en funcionamiento. Más allá, la Cuerda de Los Polvisos que enlaza con la Sierra de Malagón, nexo con Guadarrama.
Tras un corto descanso de reagrupamiento al amor de un sol más bien frío, iniciamos el recorrido de la cuerda entre bloques de piedra de tamaños y formas caprichosas cuya erosión ha esculpido monumentos tan característicos como Risco Redondo, el Zapaterillo y otros, en el batolito granítico desguazado por la erosión secular del periglaciarismo. Unos riscos que, salvando las distancias, recuerdan a la Pedriza madrileña. Algunos no dudaron en trepar a alguna de esas atalayas cuya conquista produce siempre verdadera emoción.
Sorteando bloques y caminando por estrechas chimeneas señalizadas con los hitos de rigor y a veces retrocediendo para volver a iniciar la marcha por el camino más favorable, pasamos finalmente por el agujero que, a modo de harca caudina, nos condujo a la cumbre del Zapatero, a 2.158 m. cuando el reloj marcaba las dos de la tarde. En su vértice geodésico, descabalado por algún energúmeno, nos hicimos la foto de rigor y observamos el amplio paisaje que se domina desde el pico.
En la lejanía del horizonte norte, el bloque elevado o horst de la Sierra de Ávila con su cumbre del Cerro de Gorría cubierta de molinos eólicos, dando paso hacia el oeste al Puerto de Las Fuentes y Sierra de Villafranca que muere en Villatoro, en tanto que por la parte contraria se continúa con el final de la gran falla de Plasencia-Alentejo que acaba cerca de la Venta del Hambre, más allá de Sanchorreja.
Entre esa Sierra y la Paramera, a nuestros pies, el bloque hundido o graben constituido por el Valle de Amblés semejante a un enorme mosaico debido a sus múltiples campos de cereal que hoy alternan con otros que nos recuerdan los espacios almerienses: plásticos que tapan los plantones de fresas que sufren aquí un tratamiento de choque a base de productos fitosanitarios poniendo en riesgo la calidad de los acuíferos del valle, ya amenazados por los vertidos de las numerosas macrogranjas porcinas que últimamente han proliferado, y también su continuidad por la sobreexplotación a que les someten sin dar tiempo a que se recuperen. En un escalón superior, el terrazgo de localidades como Solosancho-Villaviciosa, que alberga el castillo y su magnífico castro de Ulaca, o Sotalvo, junto a las ruinas del Castillo de Manqueospese y su famosa leyenda medieval.
Al sur, la depresión del Alberche con sus múltiples núcleos de población que nos acercan al embalse de El Burguillo que se aprecia en su extremo más oriental, tras la localidad de Navaluenga. Sobre ellos la mole de Cabeza de La Parra junto a El Tiemblo, en las cercanías del Cerro de Guisando, con los famosos toros que dieron protagonismo a Isabel de Castilla, inicio de la Sierra de Gredos.
El sol desaparece entre oscuras nubes y el viento se hace frío en nuestro discurrir por el granito que se agolpa en moles como Cancha Morena o el Risco del Sol y donde buscamos un resguardo para consumir el bocadillo, necesario para reponer las energías gastadas. Con el frío en el cuerpo tras el improvisado parón, emprendemos la marcha por un tupido piornal trufado de enebros rastreros que dominan el paisaje característico de estas latitudes. A medida que descendemos el aire se torna más amable y deja de hostigarnos cuando alcanzamos la amplia explanada del Puerto del Cuchillo, a 1.830 m. de altitud.
Después de reagruparnos iniciamos el descenso por el arroyo que nace junto a un enorme canchal hincado de pico en forma de gigante hoja de cuchillo. Descendemos, al comienzo vertiginosamente, al lado de la enorme presencia de Peña Cabrera y después más suavemente buscando el valle y el arroyo que nos lleva a una zona de praderas donde se abre la pista que, tras remontar ligeramente el terreno, nos conduce a las antenas en donde iniciamos la marcha cuando el reloj señala las 5 de la tarde.