Día 1. Viernes 19 de Octubre de 2018 – Salimos de El Barco de Ávila
Partimos de Barco 22 montañeros de Azagaya hacia Zamora. Alto obligado en Benavente y hacia las 10,30 de la noche llegamos al albergue de Salas donde fuimos recibidos a mesa puesta y el bueno de Santano, que se unió al grupo. Cena, un rato de charla y a dormir.
Día 2. Sabado 20. Collado del Muro – Pico Urro – Puente Raneiro
Tras un buen desayuno y reconocimiento del lugar en medio de una intensa niebla matinal, 24 montañeros partimos acompañados del guía principal y su adjunto hasta el Collado del Muro donde nos dejó el autobús. Son las 10,30 horas y el tiempo, aunque nublado, es agradable, ideal para caminar por la ligera brisa que nos acompañará todo el día a lo largo del territorio de Las Estacas. Sin prisas recorremos las praderas integrantes de las brañas abastecedoras de heno a los invernales de la zona. Vacas y caballos disfrutan todavía de la benignidad del clima de esta media montaña y nos ven pasar indiferentes rumiando la hierba fresca.
Un paisano que cabalga a lomos de un asno se cruza con nosotros y despierta la curiosidad general. A nuestras preguntas responde elocuentemente con las suyas, mostrando la sabiduría de las gentes del campo, acostumbradas a meditar profundamente sus respuestas. Una perra mastín de carácter benévolo se encariña del grupo y decide acompañarnos para auxiliar a los guías en su tarea de reconocimiento del terreno.
Seguimos cansinamente el camino, a menudo cuajado de barro que se adhiere pertinaz a las botas y amenaza peligrosamente nuestro equilibrio. Conversando sobre el paisaje llegamos a la Fuente de Campúleo de agua fresca y abundante para calmar la sed. Aquí se despiden dos compañeros que regresan mientras los demás continuamos la marcha contemplando praderas de pendientes acusadas de verdor tópico, cercadas por paredes de piedra que impiden la progresión del matorral. En muchas de ellas se alzan casinas de piedra que sirven para cobijar del rigor del clima y guardar en sus altillos el heno nutritivo de los ganados.
Cerca de las dos llegamos a Brañavieja, un alto desde el que divisamos el pico L’Urro y una majada transformada en vivienda esporádica en cuya piscina Armando nos aseguraba haberse bañado la semana anterior, el caluroso día del recorrido previo, con unos amigos. Cierto. Casa, piscina y ducha en un paraje de ensueño dentro del cálido otoño que disfrutamos. Comemos tranquilamente y antes de las tres de la tarde 16 miembros del grupo nos ponemos en marcha para subir al Urro por un camino que se pierde entre brezos y tojos que dificultan seriamente la progresión. Aún no son las 16 h. cuando coronamos el pico que culmina un crestón de cuarcitas esperando ver las maravillosas perspectivas del oeste asturiano así como las cumbres de las montañas de Somiedo. Pero un mar de nubes nos lo impide y la niebla se hace cada vez más densa.
Tras la disertación del guía, fotos de rigor en el vértice geodésico y misiva en el buzón, iniciamos el descenso a las 16,10, apresurado porque la niebla nos envuelve hasta el punto de no distinguir la trocha. El paisano de la casa nos ofrece sidra pero declinamos la invitación porque se hace tarde. De nuevo en Brañavieja a las 16,50 y diez minutos más tarde retomamos el camino que en una hora de bajada nos conduce a S. Esteban.
Nos cruzamos con un grupo de cazadores provistos de poderosos vehículos todoterreno y flamantes rifles con telescopio que acechan a los jabalíes que hirieron a varios de sus perros. En este pueblo fantasma, fiel reflejo del abandono a que el medio rural está abocado por el desinterés y la incompetencia de los políticos, el largo camino asfaltado de acceso resulta estrecho para que pueda subir un autobús por lo que nuestro guía, recogiendo informaciones de mujeres del lugar que aseguraron que a través de una vereda bajaban en sus años mozos al baile al pueblo de abajo en poco más de media hora, nos anima a imitarlas. Sin duda cree que por ese frondoso recorrido que se adentra en lo más tupido del bosque podremos ver, no ya a los osos, sino al mismísimo Cuélebre, esencia de la mitología asturiana. Mas un grupo tan numeroso causante de cierto estruendo al golpear la maleza que hace difícil la progresión, lo ha espantado pues no encontramos rastro alguno de él.
Abrimos senda por un denso bosque en que agonizan castaños centenarios, perdidos sin el cuidado del hombre, con fresnos, robles, matorral diverso y otros árboles cuya cubierta dificulta la entrada de la luz que merma por momentos pues nos acercamos al crepúsculo. Entre vestigios de molinos abandonados y algún trinar de aves, helechos de un metro de altura y arroyos salvajes, la adrenalina se acumula en nuestros cuerpos por resbalones y tropiezos, pero con la confianza depositada en los guías llegamos al Puente Raneiro donde nos esperan nuestros compañeros pasadas las 20 h. Valoramos positivamente que Armando apure hasta el final las preciadas horas de luz de que disponemos y por fin alcanzamos a comprender por qué se recomienda en las marchas el uso del frontal como material obligatorio.
No podemos abandonar a la fiel Luna que nos ha acompañado desde que iniciamos la marcha en una carretera tan estrecha como la que conduce a Belmonte en cuyo Km. 20 hemos hallado el autobús. Por eso decidimos que se incorpore al grupo para liberarla en esa población donde unas cervezas y la conversación nos relajan del esfuerzo.
Día 3. Domingo 21. Collado del Muro – Pico Urro – Puente Raneiro
Amanece con una densa niebla matinal nos despedimos del albergue y partimos rumbo al Puerto de Somiedo remontando el curso del Pigüeña. Bajamos en Santa María del Puerto, aún en Asturias, a 1486 m., con un sol radiante y completamente despejado. A las 11,15 h. iniciamos la ascensión por una amplia pradera salpicada de matorral de porte bajo de aulagas, enebros, bufalagas, arándanos y otras plantas entre las que discurre la senda. Destacamos la abundancia de gayuba que tapiza amplias zonas con sus hojas y sus frutos rojos, que no crece en Gredos, aunque sí en Guadarrama. Poco a poco ascendemos con esfuerzo hasta la cumbre caliza del Robezo (Rebeco), a 1909 m., que exhibe una cruz poco respetuosa con la sensibilidad de muchos montañeros.
Desde ahí podemos contemplar, hacia el norte, el Collado del Muro, a cuyo lado este se extiende la sierra de Salas cubierta de molinos eólicos. Delante, hacia el oeste, vemos perfectamente la cumbre de L’Urro que conquistamos ayer. Más al oeste, el macizo galaico de Rañadoiro, que separa la cuenca del Narcea de la del Navia mientras que un poco más al sur, en la lejanía, se adivinan los Ancares. Más cerca, El Cornón junto con un buen número de cumbres de caliza en algunas de las cuales se aprecian sus estratos constitutivos. Al sureste destaca Peña Orniz y más lejos la mole de Peña Ubiña, que separa Asturias de Babia. A nuestros pies, en la vertiente asturiana de la cordillera, un relieve de cubetas de origen glaciar colmatadas, con la humedad de fondo suficiente para que se desarrollen los cervunales que alimentan desde tiempo inmemorial a todo tipo de ganado.
Los mismos pastizales proliferan en la vertiente leonesa por la que bajamos hasta el Collado del Muñón. Una majada habitable y una gran nave para uso ganadero nos hablan de la riqueza de estos valles. Por el de Chagüezas descendemos entre praderas llenas de ganado hasta alcanzar la ribera del río Sil que nace muy cerca y atraviesa la aldea de La Cueta, punto final del recorrido a 1450 m. cuando son las 15 h. Un breve descanso y a continuación un suculento calderete, servido por auténtica serrana en el mesón local, nos reconforta de la caminata y repone nuestras fuerzas. Desde el autobús despedimos los suaves trazados de Babia, tradicional cazadero de reyes, para internarnos en la prolongada llanura de la Meseta.
Conclusiones de nuestro viaje.
Disfrutamos de una memorable excursión en compañía de nuestros amigos entrañables Armando, Mara y sus adláteres que, como siempre, han cumplido sobradamente. Descubrimos, además, que los Santano forman un clan muy unido que, desde que salieron de su ancestral Extremadura, se buscan con insistencia para intercambiar información a partir de su más tierna infancia como pudimos comprobar. Cualquiera de sus miembros que quiera unirse a nosotros será bienvenido al club.
Lo intuíamos, pero hay que expresarlo: Xugabolos reúne el trato afable y hospitalario de Asturias junto con la estética tradicional más depurada y la portentosa sagacidad de los viejos educadores. Volveremos.